Tengo una retahíla de pensamientos que vienen conmigo a todas partes y no hay manera de quitármelos de encima. Media vida intentando desmontarlos y la otra media ejercitando mi sesera para conseguir adecuarlos a mi realidad y no ha habido forma de borrarlos del mapa mental. Me di por vencido hace un tiempo y gané satisfacción vital. No peleo, no discuto, no lucho, no los razono, no les hago mucho caso. He apostado por mostrar hacia ellos una pasividad activa y los trato de igual manera que a los imbéciles que me encuentro en mi vida, que no son pocos (a los meapilas y gilipollas intento no hacerles mucho caso, aunque a veces me cuesta y mucho). “Te vas a equivocar”, “te va a salir mal”, “siempre te pasa lo mismo”, “te van a pillar”, “no tienes ni idea”, “eres un torpe”, o “eres un inútil”, “esto es imposible para ti”, “otra vez te has equivocado, lo sabía”. Desde que tengo uso de razón aparecen en mis momentos de vulnerabilidad y se van pensando en volver y no son como una mujer perfumadita de brea. Seguramente que no serán muy diferentes a los que tú tienes o sí, lo que sí sé es que cuando aparecen, la mejor opción es no pelear con ellos, aceptarlos y tener bien claro que son falsos de toda falsedad, aunque en ese momento parezcan la verdad absoluta, palabra de Dios. La mejor manera de tener claro que no son ciertos es centrarte en tus experiencias, en las cosas que haces, que has hecho. Sí, centrarse en las cosas qué eres. Cambiar lo que hacemos puede ser una buena fórmula para que las cosas vayan un tanto mejor, aunque sea un poquito mejor.