Mi vecino de la puerta tres era (porque por fortuna ya no lo es) un apostador nato; y es y seguirá siendo, un amante bandido de la literatura existencialista, vegetariano, tuerto, ex de unas cuantas cosas y ávido lector de Fiódor Dostoyevski. 

Auténtico número primo familiarizado con los juegos de azar, se lleva a matar con las tragaperras de frutas y números y como buen y mal jugador, marida la mar de bien con las máquinas de apuestas que infectan los bares. Calzado con un genotipo de lanzador de peso oriundo de una ex-república soviética y con un genotipo de un complejo ganapán, lo mismo se jala un bocata de tortilla de patatas (sin cebolla, por favor) rociado con cerveza y culminando ese glorioso momento con un carajillo ron negrita, que se juega salario y medio apostando por la calle número dos en una carrera de galgos leyéndose de tirón La peste de Albert Camus. Mi vecino, que convive con una pata de conejo y un trébol de cuatro hojas en el bolsillo delantero y con un ejemplar de La metamorfosis, edición bolsillo en el trasero, es un tipo con una altísima tolerancia a la frustración; y esto, en el mundo de las apuestas, se paga doble. No ve fin, rien va plus. 

Parece que todas los días le mira un tuerto y que reciba un puntito de mala suerte a la hora de jugar y no ganar. Por la mañana apuesta por un boxeador que anda medio noqueado antes de salir al cuadrilátero, por la tarde cruza los dedos y juega boleto de ida y vuelta por un ciclista dopado y eliminado a las primeras de cambio del Tour de Normandia, y por la noche, por la noche, haremos lo de siempre, porque nos gusta y porque nos divierte. Un perdedor nato sin una mísera apuesta ganadora. 

Y aunque no lo parezca, querido lectora, es una persona de lo más normal. Si pierde dinero, algo de lo más habitual, sube enteros su amor por la lectura; si no gana una apuesta, algo más que frecuente, se lee un librito de su escritor favorito y a otra cosa mariposa. Tras su última apuesta perdida, hace de esto exactamente dos meses y medio, cayó en sus manos la novela El jugador y aquí se ha cumplido la máxima de cómo un buen libro puede cambiar una mediocre vida. La novela, escrita por Fiódor Dostoyevski y que tiene un buen puñado de tintes biográficos, le sirvió al escritor ruso de terapia para alejarse del mundo del juego y de los casinos (la escritura nos ayuda a tomar distancia de los conflictos), y con las ganancias que obtuvo con su publicación, pudo recuperarse del montón de deudas que había contraído por culpa del juego y así, poner un poco de orden en su vida.

Mi vecino, que cuando se pone a copiar es un chino campeón, lleva dos meses y medio sin juegos y libre de apuestas. Camina por la calle con algo de dinero en el bolsillo y como no podía ser de otra manera se ha mimetizado con el espíritu de Fiódor. Ha cambiado el existencialismo por el conceptismo, se ha comprado un periquito que responde al nombre de Dosto, ha tirado a la basura la pata de conejo y el trébol de cuatro hojas, se ha dado de baja del canal de pago en el que veía los partidos de fútbol (¡qué vergüenza el patrocinio de las casas de apuestas en las camisetas de los equipos y qué asco el silencio cómplice de los medios de comunicación aceptando anuncios sobre juegos de azar!), y se ha puesto a releer Poderoso caballero es don Dinero del gran Quevedo. 

Como lo de finales felices y comieron perdices no marida nada bien con los seguidores del vegetarianismo, mi vecino, que es y seguirá siendo un amante bandido del existencialismo y del conceptismo, algo tuerto, flexivegetariano y ávido lector de Dostoyevski y Quevedo, ha pasado de ser un eterno perdedor en el mundo de las apuestas a convertirse en un jovenzuelo perdedor en el fascinante juego del amor. Esta mañana ha tenido su primera cita y le ha salido rana y lo que te rondaré morena. Como es un animal de buenas costumbres con una tolerancia a la frustración a prueba de bombas y con una fe ciega en la literatura, se ha puesto a leer El Buscón de Quevedo y ha quedado esta noche con una chica en un bar libre de apuestas. Y sí, este sí que es un juego en el que al final es fácil que los jugadores se lleven un buen premio, o no. Yo, por si acaso, cruzo los dedos con la esperanza de que tenga algo más de suerte en el amor que en el juego. ¿Apostamos algo?