Psicología del engaño ¿Por qué mentimos?
¿Quién no ha mentido o le han mentido alguna vez? ¿Somos los seres humanos mentirosos por naturaleza? ¿Cómo podemos saber si somos víctimas de una mentira? ¿Realmente existen señales como la creciente nariz de Pinocho para poder detectar las mentiras? Somos mentirosos sí; y mucho, aunque unos lo son más que otros. Los estudios indican que el 90% de las personas dice haber mentido en una cita, y a un 40% no le supone ningún problema mentirle a los amigos. En el ámbito del trabajo, en una encuesta realizada en 2007 por la Royal and Sun Alliance Insurance Company, el 80% del personal ha mentido durante una entrevista laboral y casi el 50% de los empleados ha contado al menos una mentira importante a su jefe.

Ojos penetrantes. Unos ojos que controlan disuaden al tramposo, y una mirada a tiempo…

Veamos este experimento realizado en la cafetería del Departamento de Psicología la Universidad de Newcastle, realizado por Melissa Bateson, Daniel Nettle y Gilbert Roberts. En la sala en la que estaban ubicados el café, el té, la leche y algún que otro refrigerio, colocaron un cartel recordando al personal que dejaran algo de dinero en una caja ubicada junto a las bebidas. Durante 10 semanas el letrero estuvo decorado con diferentes imágenes; en las primeras cinco semanas dibujaron unas flores, y en las otras cinco, colocaron una fotografía de unos ojos penetrantes que miraban directamente a los consumidores cuando se servían su taza de té. Cada semana contaban el dinero que dejaban en la “caja de honestidad” los psicólogos y demás personal del departamento, y ¡Oh sorpresa! el resultado fue el siguiente:

- Con imágenes de florecillas, recogían algo de dinero en la caja. Poco parné en comparación a las consumiciones.
- Con la imagen de los ojos penetrantes, recolectaban casi el triple de dinero.
El personal se intenta escaquear cuando puede, pero si se sienten observados, el impulso a comportarse de manera más honesta se hace más presente. Ojos penetrantes.
Nos mentimos los unos a los otros, mucho y de forma crónica.
Bella DePaulo, profesora de la Universidad de Santa Bárbara, investigó sobre “Las mentiras de nuestra vida diaria”. DePaulo pidió a 147 personas que llevaran diarios anónimos durante una semana en los que dejaran asentado el cómo y porqué de cada mentira que decían. El resultado es sorprendente: los estudiantes universitarios decían un promedio de dos mentiras por día y el resto de personas una. Las mentiras podían ser incluidas en la categoría de ‘mentirijillas’, aunque también hubo mentiras de todo tipo, infidelidades, estafas y demás engañifas. Tras haber mentido, muchos admitieron sentirse perseguidos por la culpa, pero otros confesaron que, cuando se dieron cuenta de que el embuste les había salido bien, lo hicieron una y otra vez.
Pero, ¿por qué mentimos? Entonces, ¿podemos considerar que las personas sufrimos una patología común?
Pues realmente no. La mayoría de las mentiras no son intencionadas y a veces, cumplen una función y ésta puede ser adaptativas. En muchas ocasiones las usamos como lubricante de las relaciones humanas, sería lo que denominamos “mentiras piadosas”. Desde pequeños aprendemos que es mejor evitar las críticas y las recriminaciones en público, así como ciertos comentarios sobre el físico, la vestimenta o cualquier aspecto de la vida privada de los demás. Diríamos que estas serían las mentiras socialmente aceptadas y que todos alguna vez en nuestra vida participamos en ellas. Imagina que viene tu pareja o una amiga y te pregunta: ¿Me ves más gorda? Si no quieres dormir en el sofá esa noche o romper una amistad, vale la pena que optes por no decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad y optes por lanzar una verdad a medias. Un simple “no” o un lacónico “qué va”, puede ser un buen salvavidas.

No sólo los humanos mentimos; en el mundo animal también encontramos este fenómeno bien representado. Cuanto más sofisticado es el animal, más comunes son sus juegos de engaño. Unos parientes cercanos nuestros (de algunos más que de otros) como los chimpancés y los orangutanes son ejemplo de grandes “mentirosos”. Richard Byrne y Nadia Corp, Universidad de St. Andrews, descubrieron una relación directa entre el tamaño del cerebro y el carácter furtivo de los primates: a mayor volumen promedio de la neocorteza de los primates, mayor es la posibilidad de que el mono o simio protagonice una maniobra de distracción. Muchos otros animales también usan el engaño, por ejemplo, la estrategia zoológica del camuflaje, tanto para evitar ser devorados como para cazar a sus presas.
Pero, ¿ Y somos conscientes de cuando estamos mintiendo? Pues no siempre.
Robert Feldman, profesor de Psicología de la Universidad de Massachusetts, pidió a dos desconocidos que sostuvieran una conversación informal durante 10 minutos y que después escucharan la grabación. Los participantes manifestaron que habían sido completamente sinceros en la conversación, pero quedaron asombrados al ver cuánto podían mentir en apenas 10 minutos: el 60% mintió en al menos una ocasión y había un promedio de casi tres declaraciones intencionalmente falsas. Estos datos parecen indicar que nuestras conversaciones cotidianas están plagadas de verdades “a medias”.
Ahora bien, cuando hablamos de mentiras, todos pensamos en las dañinas. El engaño mayúsculo se correspondería con ese tipo de mentiras que no poseen una finalidad amistosa, y que pretenden causar daño, evitar o aliviar un castigo a uno mismo o a otros, o proporcionar un beneficio o ventaja a quién las formula: evitar responsabilidades, dar buena impresión, sacar beneficios económicos. Podríamos enumerar un sinfín de engaños más. En la intencionalidad está la gravedad. Farsantes.
Todos conocemos a algún mentiroso compulsivo (una compañera de trabajo, un primo, un amigo de amigos…), personas que mienten con una facilidad pasmosa, ya sea por conveniencia, o por una absoluta y cínica falta de respeto a la verdad. Son mentirosos patológicos, creadores de engaños desproporcionados y que pueden llegar a idear historias muy inverosímiles y floridas; incluso pueden llegar a inventarse personajes en cuentas ficticias en las diferentes redes sociales o en correos electrónicos, desde los que crean bulos para ensalzarse a si mismos o atacar a algún compañero de profesión al que envidian hasta el infinito y más allá. La realidad de estos casos es que la personalidad ficticia se superpone a la personalidad real y les cuesta salir de su propio mundo de fantasía. Psicopatología. Farsantes.

Ejemplos de ello son el caso de Enric Marco, conocido por hacerse pasar por un superviviente del Holocausto durante mas de 30 años. Su relato fue tan convincente que llegó a dirigir una asociación de víctimas de la Segunda Guerra Mundial. O la historia del sargento del cuerpo de los marines de USA, Thomas Larez que recibió varios disparos en Afganistán mientras ayudaba a poner a salvo a otro soldado herido en un combate con los talibanes. este héroe no solo salvó su vida, sino que ayudado de una fuerza sobrehumana se sobrepuso de los balazos recibidos y mató a siete barbudos yihadistas (una historia en la que John Rambo sería un aspirante a Boy Scout). Al cabo del tiempo se descubrió que el soldado Larez no había estado jamás en Afganistán, ni en sueños. Eso sí, por lo menos era marine. Otro caso similar es el de la española Alicia Esteve (Tania Head), mujer de clase alta que dijo encontrarse en las Torres Gemelas el 11-S, llegando a presidir en Nueva York una asociación de víctimas del 11-S. Otra que deja el pabellón patrio en lo más alto. Farsantes.
Este caldo tiene sustancia o se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. ¿Hay alguna diferencia entre la mente de un mentiroso compulsivo y la mía?
La respuesta está en la investigación que llevaron a cabo Yaling Yang y Arian Raine de la Universidad del Sur de California, en la que se encontró la primera prueba de anomalías cerebrales halladas en mentirosos patológicos. El estudió reveló que los mentirosos patológicos tienen un excedente de sustancia blanca, y un déficit de sustancia gris. Esto significa que tienen más herramientas para mentir y menos restricciones éticas que las personas normales. Cuando las personas toman decisiones morales, utilizan la corteza prefrontal. Puesto que los mentirosos tienen una reducción de 14 por ciento en su sustancia gris, son menos propensos a preocuparse por asuntos morales. Entonces ¿Tener más sustancia gris les pondría un freno a la hora de mentir? Pues no, ya que bastaría con hacer una resonancia magnética para saber si alguien es un potencial mentiroso y problema resuelto. Pero tener más sustancia gris no es una condición sine qua non para saber si uno miente.

Así pues, ¿estamos desarmados ante la mentira? Para decepción de muchos y en contra de muchos libros de autoayuda, no existe una fórmula milagrosa para detectar la mentira.
Según las diferentes investigaciones sobre la mentira, nuestro nivel de aciertos a la hora de desenmascarar a aquellos que nos engañan es similar al que obtendríamos al echar una moneda al aire. Charles Bond, profesor de la Texas Christian University y Bella DePaulo, profesora de la Universidad de California en Santa Bárbara, han hallado un nivel global de aciertos del 53.4%. Si tenemos en cuenta que el porcentaje de aciertos esperado por azar, por ejemplo, echando una moneda al aire, sería del 50%, nuestra capacidad para diferenciar entre verdades y mentiras al observar la conducta de los demás es extremadamente limitada. Michael Aamodt y Heather Mitchell, de la Universidad de Radford, han obtenido resultados similares en otro meta-análisis. En concreto, estos autores informan de un nivel de aciertos del 54.5%. Resulta además curioso según muestran estos trabajos, que los profesionales familiarizados con el engaño como policías, jueces y psiquiatras, no acierten más que las otras personas. Un ejemplo de esto último sería el estudio de Ekman y O´Sullivan “Who Can Catch a Liar?” publicado en American Psychologist en 1991 en el que destacan que grupos de policías, trabajadores sociales, psicólogos y abogados (este último grupo muy acostumbrado a la mentira) han sido incapaces de detectar de manera fiable el engaño. En los estudios con resultados más optimistas, en raras ocasiones elevan los niveles de acierto por encima del 60%.

A pesar de esto, siempre podremos aprender de Paul Ekman, doctor en psicología del comportamiento y un verdadero gurú en dicho asunto, que proporciona entrenamiento al FBI y a la CIA. Según Ekman, podemos detectar la mentira observando las microexpresiones y los lapsus gestuales que aparecen en el rostro de una persona durante menos de un segundo debido a su activación conductual. Menos del 1% de la población las detecta pero todos podemos ser entrenados para ello. Otro experto en la detección del engaño, Aldert Vrij, profesor de la Universidad de Portsmouth (UK), nos reveló que durante el proceso de mentir, se produce una carga cognitiva por la cual el cerebro humano activa mayor número de áreas que cuando decimos la verdad. A medida que se incrementa la actividad cerebral, aumenta el flujo sanguíneo en el cerebro, y por tanto, aumenta el oxígeno en sangre. En conclusión, mentir requiere un esfuerzo cerebral extra, ya que cuando lo hacemos se activan zonas del córtex frontal que desempeñan un papel en la atención y concentración, además de vigilar posibles errores y suprimir la verdad. Así pues, si queremos llegar a la verdad podemos seguir unos sencillos consejos basados en buscar las inconsistencias narrativas en el discurso del farsante (no aseguramos que funcione, pero se puede intentar). Suerte.
Unas recomendaciones para pillar a un farsante:
- Sé concreto y pregunta por detalles específicos.
- Inicia la conversación con preguntas sencillas que estés convencido que van a ser respondidas de forma sincera, y céntrate en el lenguaje no verbal que muestra cuando es sincero. Cuando formules preguntas sensibles fíjate bien en si hay cambios en sus comportamientos. Las evasivas, la vacilación o realizar una pausa larga, pueden ser señales de que te está mintiendo. Pero recuerda que esto no es exacto.
- Pídele que relate los acontecimientos en orden inverso. Es una buena formula para pillarlo desprevenido y le va a costar más elaborar la mentira.
- No busques la confrontación, asume el papel de “buscador de información”.
- Introduce preguntas inesperadas que puedan romperle el discurso y que lo dejen en fuera de juego.
- Atención: los mentirosos suelen utilizar menos veces acepciones como yo, a mí y mío, y optan por usar en su vocabulario cuando mienten: su y suyo.
- Si quieres que alguien muestre más sinceridad pídele que te de la información por escrito. Ya sabes que de esta forma la mentira queda registrada y se puede volver en su contra, por lo que será más sincero. Las palabras se las lleva el viento, pero lo escrito puede ser un futuro “Zasca” en toda la boca.

Platón nos viene como anillo al dedo para despedir este artículo. Y no te mentimos.
Un pastor llamado Giges se encontró un anillo que tenía el poder de volverlo invisible (¿te suena la historia Tolkien?). Ante esta nueva posibilidad que se le presenta, decide dar un pequeño cambio a su vida; deja el ganado pastando y se lanza al bonito mundo del robo y de la delincuencia. Consciente de sus posibilidades y viendo aumentar sus bienes, viaja a la corte del rey y en un abrir y cerrar de ojos seduce a la reina. Una vez que ha caído en sus brazos, conspira para matar al rey y así, apoderarse del reino. Platón, cuando narraba la historia, se preguntaba si había alguien de este mundo que pudiera resistirse a la tentación de aprovecharse del poder de ser invisible. ¿Y tú, que harías si tuvieras ese poder y sin ojos penetrantes que te observaran? Pues eso.
Este artículo ha sido fruto de mi colaboración con Maite Querol Molada. Maite es psicóloga, acaba de finalizar el Máster de Psicología Clínica y de la Salud del ISEP (el mejor de España en su especialidad), en el que yo participo como docente y a la que he tenido la fortuna de dar los módulos de Trastornos Depresivos y Técnicas de Entrevista. Maite tiene un futuro profesional como psicóloga brillante, de eso no me cabe ninguna duda. En estos momentos está en proceso de abrirse un blog desde el que publicará buenos artículos como el que acabas de leer, y mientras llega ese momento y si te parece, te dejo un enlace a su perfil de Facebook por si te apetece seguirla. Enhorabuena Maite. Por mi parte, si quieres más información sobre mí y estar al tanto de mis andanzas en las redes sociales, puedes visitar nuestra página de Facebook Psicología Salud y Deporte o si prefieres seguirnos en Twitter @nachocoller. Gracias y un saludo

