A la hora de tomar decisiones, en algunas ocasiones, podríamos adoptar la maxima: Pienso, luego existo a Pienso, luego sufro.
Está bien fiarse de los razonamientos cuando hay que decidir entre opciones que solo se diferencian en 2 o 3 aspectos, dado que a la mente consciente se le da muy bien estudiar la situación de una manera racional y equilibrada antes de decir qué hacer, por ejemplo, una fórmula matemática o un problema cotidiano. Sin embargo, cuando el tema es más complejo, el consciente no nos es muy útil porque tiene una capacidad limitada para contemplar un pequeño número de hechos y números a la vez. Tiene una tendencia a centrarse en los elementos más obvios y puede perder la visión global, algo así como que los árboles no le dejan ver el bosque.

Si te encuentras con una situación que afecta a muchos aspectos, es el momento de dar paso al metaconsciente. Tienes un metacosnciente que es la caña y un consciente que en ocasiones, te juega malas pasadas. El metaconsciente se encarga de combinar ideas, recorrer las redes de neuronas, analizar las asociaciones y decirle al consciente cuáles de ellas son las más valiosas. Es el responsable de que encontramos respuestas cuando menos la esperamos, algo así como aquel día que ibas paseando o estabas escuchando musica o jugando a la play y de repente te viene por lo bajini un ¡Eureka! o un ¡ya lo tengo! La respuesta a ese problema que tenías pendiente te ha aparecido por arte de magia. Te lo ha susurrado tu amigo el metaconsciente.
Recuerda que a la mente inconsciente se le dan mucho mejor las decisiones complejas que afectan a muchos aspectos de nuestras vidas. Con tiempo estudia poco a poco los factores hasta ofrecernos la respuesta o la decisión más sensata. Pero ojo, no es perfecta y hay que darse opciones a errar. ¿Quién no se equivoca alguna vez? Pues eso, ni más ni menos.