Un encontronazo con el jefe; una pequeña bronca con la pareja (encima el otro tiene razón, y tú lo sabes); un atasco justo el día que más prisa tienes; una avería en la caldera en pleno invierno; una cancelación sine die de esa cita tan importante; pasar una mala noche, dormir poco; una carta de Hacienda con invitación a presentar papeles; un “no” por respuesta ante algo que te había ilusionado; una jaqueca de escándalo; un dolor de muelas; tu hijo pisa una mierda de perro y sin querer la pasea por toda la casa; encontrarse con una persona tiñosa y no poder deshacerse de ella; lo mismo, pero con una persona brasas; lo mismo, pero con un narcisista; descubrir que un compañero de trabajo intenta hacerte la cama con malas artes (¡ay, si al menos tuviera estilo!); encontrarte con tu ex y su nueva pareja; que te cobren más de la cuenta en un restaurante, o lo que es lo mismo, sufrir un sablazo de aúpa; quedarse sin gasolina lejos de la civilización, etcétera, etcétera, etcétera. Seguro que se te ocurren muchas más. Recuerda: a perro flaco todo son pulgas.

Todo lo mencionado son situaciones que nos molestan. Pero, por tu salud mental y la de quienes te rodean, vamos a darle una vuelta a ese malestar, encontrando unas cuantas claves para afrontarlo, o al menos, hacerlo un poco más llevadero.

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Nos vamos a la playa con el espíritu de Rocío Jurado y su bonita canción “Como una ola”. Ponte crema solar, saca el bañador y no olvides el cubo, el rastrillo, el picnic y el flotador con el patito.

¿Te has dado cuenta cómo puede cambiar un día?

Este ejercicio que te presentamos a continuación no es de relajación ni de meditación, ahora bien, si quieres cantar a la Jurado, es cosa tuya.

Toma 1. Fíjate en el horizonte. Primera hora de la mañana: el mar en silencio, no pica el sol, el agua es transparente, la arena está lisa. No hay nadie y decides darte un baño. El agua te llega a los hombros. No hay oleaje, simplemente una agradable brisa. Ningún peligro. A lo lejos observas la orilla, y sientes paz y tranquilidad.

Toma 2. El viento cambia de repente y aparecen unas pequeñas olas. Ya no puedes dejarte llevar, pero te dejas mecer por el suave vaivén. Preferías la calma. ¡Qué se le va a hacer! El mar es movimiento. Así que aprovecha la ocasión para disfrutar. Sales y contemplas las olas desde la orilla: surgen en el mar y desaparecen en la arena. Nacen y mueren. Vienen y van. Imposible saber dónde saldrán, pero sí podemos subirnos a ellas.

Toma 3. Marejada. El tiempo se pone muy tonto y ahora sopla viento de Levante. Las olas ya son palabras mayores. Pero da igual, al final rompen violentamente una tras otra y se diluyen en tierra firme. Las observas a una cierta distancia; no quieres que te arrastren allá dentro. Te mantienes medianamente seco; el viento arrastra restos de agua sobre ti. Sabes que es transitorio, la naturaleza se agita de vez en cuando.

Toma 4. Después de la tempestad viene la calma. Queda algún resto de oleaje: algas y piedrecitas. Pero todo vuelve a ser azul y descubres un velero a lo lejos. ¿Aventura, tal vez? De ti depende meterse o no.

Qué hacer para superar un mal día: diez recomendaciones y una cita de regalo

  • No luches contra tus emociones. Tú eres una gran costa capaz de lidiar con todo tipo de olas. No puedes meterte en el agua para manejarlas, ni evitar que salpiquen. Es imposible, además de costoso y arriesgado. Mejor hacer castillos con el rastrillo, tal vez eso sea más divertido. Aunque si tu espíritu aventurero te pide mojarse, coge la tabla, chaleco salvavidas y surfea. Surfea en la superficie y bucea lo justo.
  • Piensa que los nubarrones no duran indefinidamente. Más pronto que tarde vendrán momentos y días mejores. Al final siempre sale el sol, y lo hace para todos, no solo para los que se creen elegidos.
  • Rememora otros momentos duros que ya superaste exitosamente. Hay que confiar en la experiencia: más en el “yo experimental”, y menos en el “yo pensante”. La mente es una emisora de radio sin descanso de la que hay que fiarse muy poco y a veces nos presente algunos programas que son un verdadero bodrio.
  • Date permiso a estar mal. Todo un clásico que solemos olvidar. Por supuesto que tienes derecho a llorar, a pasar un día en el sofá, a rechazar vida social. Pero eso sí: con fecha de caducidad. Es cierto que forma parte de la vida. Ahora sí, hay que esforzarse, tener paciencia y asumir que salir del hoyo no es fácil y exige mucho de nuestra parte. La buena noticia es que se puede. ¿Te has fijado cómo cambia el viento un día de playa? Lo que por la mañana nos resulta idílico, por la tarde es peligroso y de noche parece toda una aventura. Busca algo que te plazca, recarga la batería con tus amigos o con tu serie favorita, y recuerda: surfea.

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  • Transforma lo negativo en constructivo. Cualquier dificultad es una oportunidad de oro para aprender de los errores y una ocasión perfecta para pulirse. Recuerda que las averías del coche son engorrosas, pero reducen los accidentes.
  • De esta crisis, saldrás mejor. Y más fuerte. Como vimos en el anterior post de Superwoman, unas gotas de kriptonita y unas cicatrices, la vida con cicatrices mola más. Porque nos da experiencia y sabiduría para afrontar futuros retos con menos angustia y más posibilidades de acertar. Piensa que para hacer un buen salto de longitud, los atletas dan unas cuantas zancadas atrás y toman un gran impulso.
  • No pasa nada si pides ayuda. A amigos o a profesionales, si la crisis perdura y afecta seriamente a su salud. ¿Quién dijo que uno puede con todo?
  • Déjate llevar durante unos instantes. Una canción que te haga volar, una imagen agradable, un buen perfume, unas vacaciones, una sonrisa, una caricia, un antiguo amor…
  • Deja que le cuiden y cuídate. Escúchate y reduce el nivel de exigencia todo lo que puedas durante un tiempo. No esperes rendir siempre igual.
  • Pide opinión. Las personas que te conocen bien podrán aconsejarte sobre qué puede mejorar.

Y ten bien presente si te parece esta máxima de Jean Paul Sartre. La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace.

La elaboración de este artículo ha sido posible gracias a la colaboración de Leonor Montoliu, médico psiquiatra especialista en niños y adolescentes, y de Nacho Coller. Te dejo mi enlace de la página de Facebook por si te apetece seguirme. Saludos y gracias.